Chicles del Puente del Milenio: ¿curiosidad o decepción?

Sí, merece la pena… si te gusta descubrir el arte escondido en lo cotidiano. El Puente del Milenio de Londres no solo conecta la Catedral de St. Paul con la Tate Modern: también es el lienzo de uno de los proyectos de arte urbano más curiosos de la ciudad.

Sobre el suelo metálico del puente, decenas —incluso cientos— de pequeños chicles han sido intervenidos con ilustraciones diminutas y coloridas, gracias al trabajo del artista Ben Wilson. En lugar de quitarlos, este artista callejero los transforma en arte, convirtiendo residuos en expresiones únicas.

¿Por qué vale la pena?
• Porque te obliga a mirar hacia abajo… y redescubrir lo que ignoramos a diario. • Porque cada chicle pintado es distinto: hay mensajes, rostros, animales, escenas cotidianas. • Porque es gratuito, inesperado y profundamente humano. • Porque conecta arte, ciudad y sostenibilidad de una manera original y poética.

Consejo: Caminá lento. Mirá bien. Algunos están al borde de las placas del puente, otros justo en el centro. Llevar una cámara o hacer zoom con el celular puede ayudarte a apreciarlos mejor.

En resumen:
Es un paseo que invita a cambiar la mirada. Apreciar lo pequeño. Y entender que incluso algo tan banal como un chicle puede convertirse en arte si alguien lo ve con otros ojos.

La primera vez que crucé el Millennium Bridge no tenía ni idea de lo que estaba pisando. Fue recién en mi segundo viaje a Londres, al leer sobre “los chicles pintados”, que decidí volver, esta vez con ojos nuevos.

Y fue como entrar en otra dimensión. Me agaché, miré de cerca… y ahí estaban: diminutas obras de arte pintadas a mano sobre chicles pegados al suelo. Una flor. Una fecha. Un retrato en miniatura. Me conmovió pensar que alguien se tomaba el tiempo de dignificar incluso lo desechado.

Sentí ternura, curiosidad, y también un poco de magia urbana. Ver a otros turistas que se detenían, que también se sorprendían, me hizo dar cuenta de que estábamos compartiendo un secreto a cielo abierto.

Me fui con la sensación de que Londres no se conoce solo por sus monumentos. Se descubre en estos gestos inesperados, en artistas que pintan lo que nadie miraría dos veces. Y también en nosotros, si nos damos el permiso de detenernos y observar.

Según mi experiencia, buscar los chicles pintados no es solo una curiosidad… es un acto de atención plena. Y eso, en medio del ruido y el ritmo londinense, se agradece.